I. Fuego y rito / Rite and fire

Querida Sa,

Escribo esto a la luz de una vela. Me despierto a las 6:30 al salir el sol a hacer mis rituales matutinos, sin los cuales no puedo funcionar. La gata maúlla para que le abra la puerta a las 6:40. Me encanta la casa a esa hora porque cuando todxs duermen es solo mía. El reloj de mi cuerpo parece haberse ajustado y me pide cosas específicas, como dejar de ver pantallas cuando se pone el sol. La luz eléctrica me molesta. De alguna manera siento que hay que romper el hábito y yo soy una persona de rituales. Ahora que no hay ninguno, me dedico a explorar. Tengo el tiempo y la curiosidad de observar qué pasa conmigo después de algunas semanas de experimentar con los ciclos naturales de la luz. Admiro a las personas que no duermen de noche, pero lamentablemente no soy una de ellas. El perro y yo estamos trabajando en nuestro ritual propio: salir a pasear dos o tres veces al día. Yo observo a las otras personas que pasean a su perro y ella los huele, somos una pequeña comunidad distante. Los animales, como yo, confían en sus rituales. 

Hoy me senté en el pasto cuando el sol se ponía, los pájaros rojos volaban de un lado a otro, parece que cantan cada vez más. A lo lejos, en la montaña, hay casas. Imaginé una niña que mira hacia allá, que desea ir a la montaña, un personaje de Carson McCullers que añora el futuro. Era ese momento que tú conoces, cuando el sol parece una herida que se va cerrando sobre sí misma. Recordé a un hombre que despedía al sol en la playa día tras día tocando cinco veces una concha de mar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, el sol se esconde bajo el horizonte. Cinco, como las respiraciones de la práctica del zen. Para despedir al sol conté cinco respiraciones en reversa: cinco… cuatro… tres… dos… uno… cero… Y el sol se fue. Quedaron las montañas delineadas de morado y naranja.

En casa hago mi mejor esfuerzo por no caer en la inercia de las pequeñas violencias habituales que se cometen en las familias, acentuadas por el encierro. A la luz de la vela todo es un sueño y a la vez tiene más cuerpo que nunca. Sin querer, hice un ritual de la postura de la muñeca de trapo que me enseñó mi amiga M. Varias veces al día siento la necesidad de inclinar mi cabeza hacia el piso y soltar, soltar como El Colgado. No sé qué dirección tiene mi vida, pero te la comparto, a ti que me escuchas desde lejos.

Antes de ir a la cama voy a salir a ver las estrellas. Mi idea de aprovechar este tiempo para aprenderme las constelaciones no ha resultado porque hay muchas luces en la ciudad.


Te amo, te amo, cuídate,

C.




***

Dear Sa,

I write this by candlelight. I wake up at 6:30 at sunrise to do my morning rituals, without which I cannot function. The cat meows at 6:40 and I open the door. I love the house at that time because when everyone sleeps it is only mine. My body clock seems to have adjusted and asks me for specific things, such as not to look at screens when the sun goes down. Electric light bothers me. I feel that habit must be broken somehow and I am a person of rituals. Now that there are none I am dedicated to explore. I have the time and the curiosity to observe what happens to me after a few weeks of experimenting with the natural cycles of light. I admire people who don’t sleep at night, but unfortunately I am not one of them. The dog and I are working on our own ritual: going for a walk two or three times a day. I watch other people walking dogs and she sniffs them, we are a distant little community. Animals, like me, trust their rituals.

Today I sat on the grass when the sun went down, red birds flew from one place to another, it seems that they are singing more and more. In the distance, in the mountains, there are houses. I imagined a girl who looks at them, who wants to go to the mountains, a Carson McCullers character who longs for the future. It was that moment you know, when the sun seems like a wound that is closing in on itself. I remembered a man on the beach who day after day said goodbye to the sun playing a seashell five times. One, two, three, four, five, the sun hides below the horizon. Five, like the breaths of Zen practice. To say goodbye to the sun I counted five breaths in reverse: five... four... three... two... one... zero... And the sun disappeared. The mountains were outlined in purple and orange.

At home I do my best not to fall into the usual small violent acts that are committed in families, accentuated by confinement. In the candlelight everything seems like a dream and at the same time it has more body than ever. Unintentionally, I made a ritual of the ragdoll pose that my friend M. taught me. Several times a day I feel the need to bow my head to the floor and let go, let go like The Hanged Man. I don't know what direction my life is taking, but I share it with you, you who listen to me from afar.

Before going to bed I am going out to see the stars. My idea of ​​taking time to learn the constellations has not worked because there are many lights in the city.

I love you, I love you, be safe,
C.


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